UA-111663215-1

UNA REHALA

UNA REHALA

No hay verdadera montería sin perros. Cuando se montea de verdad, es decir, con todos los elementos que el caso requiere, y entre ellos, y en lugar preeminente, varias rehalas punteras, éstas lo van diciendo todo. Lo van diciendo todo al que sabe escuchar, que no es fácil. Si sabe escuchar, aunque le haya tocado un puesto en que, por mala suerte, no haya tenido vista sobre el terreno, se habrá podido dar perfecta cuenta -siempre y cuando los perros sean de calidad- de todo cuanto ha sucedido en el día. Desde la hora en que se soltó hasta en la que se terminó la batida: de si ha habido interés o no, de si se ha tirado bien o mal, de si la caza ha corrido en dirección que convenía, de si se ha vuelto o de si no ha salido. En fin, de todo se habrá enterado y bien poco será lo que le puedan contar los que han tenido la suerte de presenciar el conjunto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

EL PERRO DE REHALA

EL PERRO DE REHALA

El buen perro de rehala, sea cualquiera su clase, desde el puro podenco envelado y peliduro al de padres desconocidos y tipo inverosímil -que los dos pueden ser de punta-, requiere, entre otras, las siguientes características principales: fuerza, coraje, perseverancia, vientos y dicha. A cuál de ellas mas importantes, y si no las reúne es un perro incompleto.

Veinte Años de Caza Mayor. Conde de Yebes.

jueves, 8 de febrero de 2018

Un chamois de honeymoon (y III)

El tosco sonar del despertador nos espabiló a la primera. Que fácil se hace el amanecer cuando la causa de tal despertar es venatoria. Pronto debíamos ponernos en marcha, el coche de Martin aguardaba en la puerta y había que aprovechar la tarde al máximo. Yo, siempre he creído más en las jornadas de mañana que en las de tarde, aunque si creíamos a Martin, y sus explicaciones, en cuanto al usual discurrir en los careos de los rebecos en la zona, era para partir hacia el cazadero ilusionado, como así fue. 

La pick up de Martin nos esperaba para partir hacía el cazadero. 

He de admitir que empleé más de la mitad del viaje hacía el área de caza en terminar de espabilarme, el silencio que reinaba dentro de la pick up delataba lo complicado de la hora. Costaba romper el hielo tras la intensa siesta (y más si había que romperlo en inglés). No fue hasta que pisamos camino terrizo cuando sentimos que el espíritu cazador se avivó. Estábamos ya entre el monte, y por delante se nos presentaba una tarde de caza muy ilusionante.

Espectacular en todo momento el paisaje austriaco. 

Martin tenía claro el plan, y así nos lo transmitió. Ese último rebaño que dejamos sesteando antes de nuestra retirada por la mañana, en la linde entre las dos áreas de caza, era nuestro principal objetivo. Pronto nos pertrechamos y pasamos a la acción, nada de rodeos, en linea recta, atravesando una cañada con dura pendiente, nos dirigimos hacía unas formaciones rocosas que nos permitirían examinar al detalle aquella piara. Duro fue ese inicio para nuestras piernas, al menos para las mías.

Iniciando el rececho: en busca del rebaño que vimos por la mañana.

Un clásico, asomarnos a donde dábamos por hecho que debíamos verlos y ni rastro, allí no había bicho alguno. Decidimos pues, abrir más el campo de visión y subir algo más por la ladera que optamos coger. En ello estábamos cuando entre los pinos se nos cruzó un corzo, Martin lo tenía controlado y sabía que andurreaba por aquella zona; me ofreció tirarlo. Era un ejemplar decente para aquella zona, muy viejo y con trofeo peculiar. Desistí de ello. Estábamos en lo que estábamos, y prefería hacer primero las tareas, ya habría tiempo de poner la guinda en caso de tener el pastel en la talega.

Intentando dar con la piara de rebecos que vimos por mañana.

Así pues seguimos a lo nuestro, continuamos recechando en busca del deseado chamois. El varapalo de no encontrarlos donde esperábamos no nos hizo mucha pupa, pues pronto en la lejanía divisamos varios ejemplares que nos hicieron aproximarnos para aclarar si eran machos o hembras. El ritmo de subidas y bajadas que acaecieron en minutos fue complicado de lidiar, mis rodillas sufrieron en los descensos como nunca antes, eso sí, estoicamente y sin gesto que me delatara continué la marcha.

Cristina recechando agilmente tras Martin.

Inmersos en esta montaña rusa en la que nos había metido Martin nos encontrábamos cuando, una de las veces que paré a echarme los prismáticos a la cara y trastear terreno (además de disimuladamente recuperar el resuello), dí con un rebeco pastando tranquilo en la ladera que se iba quedando a nuestra espalda. Plácido pastaba, estaba de culo y tardamos en esclarecer si merecía cambiar nuestra dirección. La ayuda del catalejo es esencial en estos casos, por ello Martin no dudo en montarlo y tras evaluarlo, confirmar que era un gran rebeco. Sin más, nos pusimos en marcha para ponernos a tiro.

Martin, evaluando el trofeo del rebeco con su catalejo. 

La entrada no era fácil, así nos lo transmitió Martin a Cristina y a mi. Teníamos que cruzar ligeros una vaguada de dura pendiente, y una vez situado en la misma cara del regajo que el rebeco, subir aguas arriba hasta poder ponernos a tiro. Todo ello sin dejarnos delatar, y sin tardar más de la cuenta. El cruzar aquella cañada lo recuerdo como lo más duro del rececho. Me sobraba toda la ropa y los goterones de sudor se deslizaban continuamente por mi frente, todo ello sumado al latir desenfrenado del corazón.

El paisaje que disfrutamos durante todo el rececho, espectacular.

Un breve paréntesis. Además de los rebecos alpinos, aquel cazadero era refugio de grandes venados, de esos de más de 10 Kg de cuerna y que parecen más caballos que otra cosa. De hecho, quizás sea este trofeo el que atraiga a más cazadores a esa zona del Tirol austriaco. Martin, nos contó que siempre ha sido una zona de muy buenos trofeos y que son muchos, y de muchas zonas del mundo, los cazadores que se han desplazado hasta su cazadero en la región de Carinthia en busca de este pavo tiroles. Tras este pequeño inciso, continuo con el fatigoso acercamiento al rebeco en cuestión.

Martin, siempre que tenía oportunidad aprovechaba para echarse los prismáticos a la cara. 

Una vez en la misma ladera que el chamois, tocaba coger aire y, como bien insistía Martin antes de cada movimiento, trazar "el plan". En aquella cara en la que nos encotrábamos, precisamente existía una torreta artesanal de madera, construida por Martin, la cual normalmente la utiliza para aguardar los venados en berrea. La primera idea que a Martin se le vino a la cabeza fue intentar asomarnos por ella para ver si con suerte dábamos vista al rebeco y además estaba a tiro. Y así procedimos, muy tapados por la vegetación arbórea y con un cuidado tremendo, para conseguir llegar a ella.

Martin subiendo a unas de sus torretas.

Una vez encaramados en todo lo alto, pudimos comprobar que esa opción era inviable, el desnivel del terreno y la arboleda no dejaban ver el animal, primera opción: K.O. El nuevo plan consistía en aproximarnos hasta tenerlo a tiro, con sumo cuidado, y todo lo que pudiéramos. De esta manera conseguimos ponernos a unos trescientos cincuenta metros. Martin me colocó el tripode, ese tripode que tan poca confianza me inspiró desde primera hora, y con el telémetro me afinó la distancia. Ciertamente ni me eché el rifle a la cara, sobrepasaba con creces los trescientos metros. Segunda opción: K.O.

El paisaje no nos dejó de impresionar durante todo el rececho.

Había que replantear el plan, y sin demora, pues cualquier imprevisto podría hacer que se moviera el bicho. En ello estábamos cuando Martin recordó la existencia de una segunda torreta desde la cual podríamos tirar el rebeco. Rápidamente nos dirigimos a ella. La estrategia era sencilla, llegar a pie de torreta, subirme despacio y si lo tenía a tiro, tirarlo. Esta vez, Martin las tenía todas consigo, sabía que desde allí lo tendría a tiro. Únicamente nos quedaba la duda de saber si cuando asomara la cabeza seguiría allí.

En una de las múltiples paradas que realizamos durante el rececho.

Martin, antes de llegar a la torreta nos pidió que únicamente subiera yo, que ni siquiera el llegaría hasta arriba, además le pidió a Cristina que se quedará a pie de torreta. Este último deseo fue, como es lógico, incumplido. Cristina, ya que no podía vivir el lance a mi lado, al menos quería estar viendo el rebeco en el momento del lance y a mi, realmente, me hacía muchísima ilusión que lo presenciará. Y así fue, finalmente tanto Cristina como Martin subieron detrás mía las escaleras de la torrera y a media altura, cuando ya divisaron el animal, se apostaron para ser testigos del desenlace de aquel emocionante lance.

Vista desde lo alto de la torreta. 

Al asomar en todo lo alto de aquella recia estructura de madera lo vi. Estaba tranquilamente echado sobre un manto de vegetación rastrera, y lo importante, no existía obstáculo arbóreo para el tiro. Martin me insistía con gestos desde la escalera que me tomará el tiempo que necesitará, que el animal estaba tranquilo. Me propuso el tirarlo echado, me negué, nunca me ha gustado tirar los bichos echados.

Desde la torreta, al fondo con un icono, donde estaba echado el rebeco.

Y me tome mi tiempo. Me acomodé en aquella pequeña caseta en altura, busqué un buen apoyo para el rifle y me conciencie de toda la teoría del ritmo de respiración y el gatillo mientras aguardaba a que se levantará el rebeco. Un tiro de algo menos de doscientos metros, en el límite de mi distancia de confort, que dicho de otra manera, en el limite de que acertar sea una total casualidad para las apuntaeras que manejo.

En la torreta, preparado, esperando que el rebeco se levante.

De repente algo impensable pasó. Por mi derecha, procedente del área de caza vecina, veo descolgarse, sin explicación ninguna, hacía nosotros, un venado grande como caballo de picar. El tropel se sentía como un mercancías. Dí por seguro que el rebeco se alarmaría con tal alboroto y cuanto menos se incorporaría. Me preparé pues quizás el levantarse y salir corriendo iba a ser cuestión de segundos, y lo fue. En el momento que se acercó, alarmado se puso en pie y fue cuando aproveché para tirarlo.

Con un icono, simulación del rebeco ya levantado. Ahí fue cuando lo tiré. 

A Cristina le sorprendió el tiro, me había pedido que la avisará antes de tirarlo, pero las circunstancias del lance provocaron que me fuese imposible avisarla. A pesar de no haberle dicho nada, tanto Martin como ella vieron el tiro perfectamente. El animal claramente lo acusó y corriendo se metió en una cañada espesa de monte donde se tapó y no lo vimos salir. Una vez calmados los nervios del lance, lo comentamos mientras bajábamos de la torreta.

Simulación de lo que hizo el rebeco tras el tiro.

La lógica nos decía que el rebeco debía estar en aquel arroyón. Ilusionados fuimos al tiro en busca de algún rastro de sangre, pero no encontramos nada. Martin nos dijo que esperásemos atentos a la ladera opuesta, el entraría en el arroyón a ver si daba con el pero debíamos estar atentos por si asomaba espantado por Martin. Lo minutos pasaban como horas, sentíamos a Martin trastear y de vez en cuando asomaba por la ladera opuesta, del rebeco nada. Una y otra vez vino al lugar donde lo perdimos de vista y volvía a adentrarse en la espesura. Cristina y yo nerviosos como flanes hicimos mil conjeturas, mi cenizo siempre se iba a lo más desfavorable: el siempre temido en este tipo de caza: pinchado y no cobrado. Para más inri, en la espera, conseguí dar con restos de pelo y algún trozo de carne. No había duda, iba dado.

Vista cenital del lance. La distancia fueron 178 m. medidos con el telémetro de Martin.

Martin no cesaba en andarse aquel regajo, aparecía y desaparecía una y mil veces. Mi instinto me pedía entrar en aquella espesura y junto a Martin, no dejar un rodal sin trastear, pero el insistía en que debíamos estar allí vigilando la ladera opuesta por si asomaba herido, que no traspusiera sin ser visto. Cristina y yo atacados. Realmente admito que tiré a asegurar, y más sabiendo el calibre con el que tiraba, quizás por ello el tiro no había sido tan efectivo como hubiera deseado, pero el rebeco tenía que estar allí. Los nervios a flor de piel. Yo soy tranquilo pero Cristina, que es un manojo de nervios, estaba para verla.

Precisamente nuestras caras de esa foto, por la mañana. no eran las que teníamos en esos momentos. 

De repente, desde lo hondo del regajo, sentimos la voz de Martin. Había dado con él. Como rayos bajamos en dirección hacía donde habíamos sentido su voz. A sus pies yacía un precioso rebeco, vaya animal más bonito, ciertamente espectacular. El trofeo de aúpa, que ganchos más gruesos y rematados, sensacional. El mimetismo de este animal, y la falta de fortuna, fueron la causa de que Martin tardará tanto en dar con el pues luego, nos admitió que había pasado varias veces por donde finalmente lo encontró pero no se había percatado de que estaba allí.

Precioso el rebeco, un animal bellísimo. El trofeo, espectacular.

Lo primero cumplir con esa preciosa tradición centro europea de rendir homenaje al animal cazado, culminado el ritual con el intercambio del famoso "Weidmannsheil". Con una ilusión tremenda nos hicimos muchísimas fotos, había sido un rececho muy emocionante, duro en ciertos momentos y en una zona de caza realmente espectacular. Para Cristina y para mi fue una cacería realmente inolvidable, nuestro rebeco austriaco siempre tendrá un lugar especial dentro de nuestras aventuras cinegéticas y al bueno de Martin siempre lo recordaremos como un profesional como la copa de un pino, un gran cazador y un sensacional anfitrión.

Cristina posando con Martin y nuestro rebeco austriaco.

El éxito temprano de nuestra excursión venatoria y lo a gusto que nos sentíamos en casa de los Neuper nos animó a quedarnos allí con ellos, aun sin salir a cazar ningún día más, el resto de días que desde primera hora habíamos previsto pasar allí cazando. Martin, Andrea y sus dos hijos nos hicieron sentirnos uno más de la familia y pasamos con su compañía unos días que nunca podremos olvidar. Hubo tiempo para conocer los castillos de la zona, visitar el pueblo de St. Veit an der Glan y disfrutar de los Alpes austriacos mucho más de lo que nunca podíamos haber imaginado.

Cristina y yo junto a nuestro inolvidable rebeco de los Alpes austriacos.

1 comentario:

  1. Magnífico relato!!!
    Encantado de leerte de nuevo.
    Un saludo, José Miguel Rodríguez.
    P.D.: Espero que también retomes tus crónicas de las monterías ;-)

    ResponderEliminar